miércoles, 14 de enero de 2009

Un poema

Lo escribí el año pasado, pero hasta ahora llega aquí.


Chet Baker cantaba…

When we walk side by side, like brothers...

Para Lolita Padilla, porque, me temo, como ella no hay

Yo era un bebé que soñaba con la música
Chet Baker ya era un virtuoso del jazz,
no me podía imaginar qué era eso.
Para Chet Baker ese día comenzó una larga noche
que terminó cuando en un maldito pleito de cantina le tumbaron los dientes
y se tuvo que conseguir una dentadura de segunda para tocar su trompeta.
A mí sólo me quedaba crecer, día tras día, año tras año.
A veces, pensaba, que al leer podía saber todo y por mis ojos desfilaban las historietas,
mientras,
por las venas de Chet Baker aullaba la heroína.
Escalón por escalón, sin prisa, como un príncipe,
Chet Baker se fue para abajo,
mientras le crecían sus alas negras de maldito,
esas,
las que no saben volar a la luz.
Yo me preguntaba a dónde diablos iba,
supe que sería un bicho raro.
Bachilleres, las mujeres, el punk y el alcohol nos hicieron hombres.
Chet Baker vagaba por Europa, a veces tocando, a veces sólo viviendo.
Cuando alcancé la Universidad, o la pasión y el idealismo, que es la misma cosa,
conocí el amor verdadero (ese que destruye) y las drogas (que te hacen vivir).
Chet Baker estaba a un paso de la tumba y seguía hechizando con su trompeta
y amando y cantando (con sus nuevos dientes)
y recordaba
cuando los hipócritas de su país lo echaron por adicto,
quizá no los perdonó, quizá ni siquiera le importó.
Y cuando a mí me mató el amor,
a él se lo llevó la muerte.
Chet Baker jamás me conoció,
pero soñó a ese bebé,
luego despertó y nunca volvió a soñarme,
pero una partícula de su espíritu revoloteó sobre mí,
esa es la historia.


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