martes, 24 de noviembre de 2009

Ya fui a un Table Dance

¿Cómo fue? Pues resulta que se presentó la novela de ciencia ficción “El Manuscrito Florentino” escrita a cuatro manos entre mi talentosa amiga y colega, la maestra Blanca Mart y yo. Ni la busquen, se editó en el sello de Blanca, “Ediciones El Taller” y fue más un hecho de orgullo y constancia, que comercial, se imprimieron 200, que pronto fueron a parar a las manos de amigos y especialistas.
Al finalizar el cóctel, algunos de los invitados, contagiados por la presentación, el entusiasmo de Blanca y la admiración a nuestra novela, me invitaron a La Castellana, una cantina muy elegante, en la que degustamos cerveza, buenos tragos y sabrosos manjares. Mientras las horas corrían, los familiares, y los amigos que tenía que levantarse muy temprano para ir a trabajar se fueron retirando. Y yo me quedé con mis recientes fans, así que las negras modelo, el vodka y el ron hicieron su tarea. En alguna parte de aquella conversación se comentó que yo nunca había ido a un Table Dance, así que uno de aquellos jóvenes, se decidió: “Vamos yo te invito un baile”. Me dio miedo, pero no podía decir que no. Y en plena madrugada nos lanzamos. Dos lugares, uno sórdido y otro “VIP”, pero que en su esencia son lo mismo, simples prostíbulos; table dance es la manera contemporánea de decir lo que antes era congal, cabaret, casa de mala nota… putero.
Pensaba que sería como en peli gringa; las chicas bailando, intocables, y hombres solos tomando en la obscuridad. Para nada, nomás entrando y las chicas lanzándose como jauría: “Vente papi, ¿no te gusto? ¿No me invitas una copa? Vaya que estaba pasado de época, yo imaginaba cincuentonas de cuerpos flácidos, con maquillajes grotescos, con ojos inyectados de mota y alcohol, y me encontré chicas muy jóvenes, y muy bellas, verdaderos sueños, vestidas de colegialas, de diablas, con minivestidos, topless o en bra y panty, mirándote con deseo, nomás de acordarme trago gordo, luchando por sentarse en tus piernas y agarrarte a besos, mientras te ponen las manos en sus piernas, en su pecho, prometiéndote los más supremos placeres que el sexo puede ofrecer.
Claro que todo mediante una cuota que va de los 300 a los 4,000 pesos, según chica, lugar y placer escogido.
Para entonces mi mecenas se había convertido en un ebrio lujurioso, que acariciaba a cuatro chicas a todo lo que le daban las manos y había olvidado aquella promesa en beneficio de su placer personal.
Así que ahí me tienen, soportando el suplicio del asedio de rubias y morenas, chiquitas y grandotas, que en cuanto sabían de mi condición de mirón, cambiaban de reinas de lujuria a trabajadoras cansadas que sólo querían un trago de agua y un cigarro, puesto que “no había clientes pa´trabajar” como dice Pedro Navaja. Y así pasé la noche, conversando con algunas de ellas, tomando algunas cervezas, no tenía para más, y maravillándome y aterrorizándome de aquel mundo. Salí con los primeros rayos de sol, cuando ya había micros para ir al metro, desvelado, medio crudo, desempleado y con una sensación amarga.
Fue buena experiencia, pero no pienso volver: porque se necesita mucho dinero para pasársela bien, porque me da miedo que me peguen algo, quizá no SIDA, pero hay cientos de enfermedades más y ¡sabe Dios con qué clase de enfermos se acuesten las chicas! Y por mi romántica idea de que el amor y el sexo van juntos y no me entra aquello de “Si quieres, esto, aquello y aquellito, la tarifa es de 500 por hora, más tragos y hotel”.
También porque me entristeció ver mujeres tan bellas, tan guapas, tan jóvenes, de cuerpos tan extraordinarios, dedicadas en cuerpo y alma a la prostitución.
Me enfureció la doble moral, la hipocresía máxima de la sociedad, que por una lado tiene una televisión con mujeres rosas e irreales, con un pop con estrellas pendejísimas, y por otro fomenta y protege congales y lenones que ganan cientos de millones a costa de la vida, el cuerpo y la sangre de las chicas que ahí se ganan la vida.
No juzgo a parroquianos ni a las sexoservidoras, puesto que todos llevan en el corazón el secreto de porque les gusta estar ahí, ni soy gobierno para por un lado hablar de derechos para las mujeres y por otro besarles las patas a los jerarcas católicos y dictar leyes medievales contra el aborto.
Así es la vida, mientras unos sueñan en juntar sus pesos para irse a gozar de las luces, del perfume, de los cuerpos de las chicas. Yo quisiera juntar para comprarme los carritos y los aviones que hace muuucho tiempo no compro, porque las mujeres hace tiempo que decidieron ya no entrar a mi vida, pero eso es otro tema.

martes, 10 de noviembre de 2009

Ahh de la soledad
Ahh de la tristeza

Está bien, sé que no debí abandonar este foro por tanto tiempo, pero yo, a diferencia de otros autores, no puedo escribir cuando la preocupación y la tristeza me agobian ¡y vaya que se ensañaron conmigo ambas! Entre dejar de pagar la renta y dejar el depto, la manera de guardar todos mis modelos y muñecos, entre la alternativa de regresar a a casa de mis papás o irme a vivir con los compas, entre que no encuentro ninguna mujer...
Entre tanta confusión, la musa huyó a mentes que pudieran ocuparse de la literatura y no de sólo sobrevivir.

Hoy, al menos llegué a un arreglo con el casero, sirvieron los 6 años de pagar siempre puntual, y puedo abonarle cada vez que tenga. Por lo demás sigo el camino de esté país; es decir, la incertidumbre...