viernes, 18 de marzo de 2011

Anécdotas de vinata

¿Quién no tiene una? No se hagan, a menos que sean unos hombres y mujeres envueltos en santidad, todos hemos ido alguna vez, quizá acompañando amigos, o en las brumas del alcohol, no tiene que ser forzosamente en la madrugada, pero curiosamente a esas horas sin sentido suceden las cosas más curiosas, o raras, o lamentables también.
Yo he ido muchas veces, a muchas horas, pero de todas ellas recuerdo cuatro que nunca he olvidado y que son:

1. La primera vez nunca se olvida
Iba yo en Bachilleres, y aquella tarde mis cuates el Juanito, el Greñas y yo, decidimos que la “tarde estaba chelera” así que de inmediato empezamos nuestra primera coperacha con todos los de confianza, les caímos bien, y los amigos fueron generosos, así que en una hora ya habíamos juntado para tres caguis, es decir 9 pesos de aquellos.
Entré con respeto a la vinata, admirando la selección de artículos, y pomos que ahí se vendían, el chinche dependiente, poderoso desde su puesto y dándose cuenta de mi inocencia y temor, me estuvo cotorreando, ya ni me acuerdo qué me dijo, pero estaba muerto de la risa, aunque al final me vendió las chelas, 3 frías y sabrosas caguamas Corona, de aquellas de 900ml.
¡Que felicidad! Pero no duraría, sólo di unos pasos fuera de la vinata y la maldita bolsa se desfondó, aterrado, escuché dos explosiones y un fuerte aroma a cebada, además de las carcajadas de los transeúntes que sin duda se burlaban de mi carita de dolor al ver escurrir por la calle lo que tanto trabajo había costado. El Greñas y el Juanito, no sabían si morirse de risa o mentármela por haber cometido tan grande falta. Al final nos tuvimos que repartir entre tres la que sobrevivió, entre zapes de los cuadernos.
Nunca me volvió a pasar.

2. Pásenle carnales pásenle
En esos tiempos, muchos después de la primera anécdota, yo le hacía al teatro y al performancero, así que siempre andaba cargando utilería variada; que una sotana, que un liguero con medias, que una máscara de la Commedia del Arte, que una .45 de mentiras… Y dio el caso que con mi carnal el Mai Agustín, nos comisionaron para ir a recargar las bebidas de la fiesta. Así que fuimos felices de la vida a cumplir la encomienda en el vochito café del Mai. Era por allá, por los rumbos de la colonia Marte, y llegando a la vinata… una cola enorme de chamacos ebrios.
-¿Qué hacemos?, nos vamos a tardar una hora en salir- Me dijo el Mai.
-Tranquilo, tú sígueme la onda y verás- le contesté con un plan en la cabeza.
Así que nos bajamos con nuestras botellas y la lista de chupe y nos formamos unos minutos… Y entonces yo comencé a actuar como uno de esos ebrios patanes y peligrosos, “Qué me ven cooleros y qué quien sabe qué” y el Mai dando disculpas de que yo andaba empastillado, pero que no había peligro… Y qué voy sacando el cuete (la .45) de utilería, ja, ja, ja, y el Mai en su papel “¡No carnal, tranquilo, no, no son tus enemigos, no vayas a echar bala…” Y ¡milagro!, la cola se abrió en dos, mientras amables, todos solicitaban que nos atendieran primero, je, je, je. Tuvimos suerte, no hay duda, ¿qué tal que si entre todos nos echan bronca? Lo bueno es que tuvimos éxito y repetimos lo mismo en la fiesta con los gandallitas, estuvo cotorra la noche.

3. Conozca a sus capos
Esto no tiene mucho, acaso unos meses. Esa madrugada, mi Compa Torres, la Coma Anita y yo, ya habíamos acabado con la provisión de caguamas, así que decidimos ir a los vinos y licores de Alta Tensión, legendaria vinata que abre día y noche a pesar de las estúpidas leyes del ratero-delegado del Santillán. Eran como las 3 de la mañana, tomamos un taxi y pactamos un precio por ida y vuelta y nos fuimos, en realidad no está lejos de mi cuchitril.
Pero a una cuadra de llegar, el taxista frenó en seco y dijo:
-No me acerco más, ahí están los jefes.
¿Ay guey, pos qué jefes? Pensé. Pero en la plena buena onda gracias a la chela, el Compa y yo nos bajamos del taxi sin miedo, quizá se refería a una banda, o un gañán, pero ¡Qué nos duraban! Pero empezamos a ver una fila de camionetas de lujo, sin placas, y unos gueyis con radio junto a ellas.
Me imaginé de inmediato que nos enfrentaríamos a unos viejos panzones, malosos, con la Desert Eagle en la panza, ¡ahí estaban los capos del barrio!, pensé que nos harían pasar un mal rato. Pero ni modo de dar la vuelta, pos ya ni modo, le dije al Compa…
Contrario a todo lo imaginable, en la vinata había cuatro amables jóvenes, tomando refresco, que nos saludaron con familiaridad y hasta apuraron al dependiente para que nos atendiera ¡Increíble! Aunque la mirada de malditos no la podían esconder. Mi Compa y yo nunca dejamos ver el miedo, así que en cuanto nos dieron las chelas, salimos, dando las buenas noches por supuesto. Y llegamos exultantes a la casa a contarle aquel suceso a Anita.
Desde entonces ya no he salido de madrugada, prefiero aprovisionarme desde temprano.

4. Las noches del “No hay”
Cuando era adolescente, había a unos cuantos pasos de mi casa, una vinata atendida por un guey que era idéntico al “No hay”, quizá ustedes recuerden al personaje de Héctor Suárez, pienso que hasta se inspiró en él, con su overol, su gorrita y sus greñas. Ahí yo no compraba, porque vendían pura marranilla y pomos baratos. Aunque la razón de que lo incluya es que siempre amanecían botellas rotas y cachos de ladrillo y piedras en la banqueta. Y todos los fines de semana, además, un charco de sangre mezclado con alcohol barato.
Eso se repitió por meses, por un par de años, hasta que un día no sólo amaneció un charco, sino que la sangre hacía un río por la avenida y junto con las piedras y los vidrios, estaban los casquillos de alguna arma que había balaceado la cortina y a los de adentro.
Ahora es un negocio de sonido para autos.

Y esas son las anécdotas de vinata, y seguro ustedes tienen la suya.